jueves, 17 de octubre de 2013

Todavía (A mi vieja, Stella Maris)

Hace tanto dejé de creer que me mirabas. Dejé de hacer las
cosas sólo para que te sientas orgullosa, para que sonrías, me apruebes,
y tengas ese deseado momento de felicidad.
Hace tanto dejé de creer que me cuidabas. Dejé de agradecerte
cuando me salían las cosas, de mirar el cielo cuando hacía un gol San
Lorenzo, de hablarte en silencio.
Sí, hace mucho que empecé a navegar la soledad. Empecé a comprender
todas las voces, a tratar de equilibrarlas, de que dialoguen.
Hace mucho creo que ya no te vuelvo a ver. Que no hay nada
después.
La noche está despejada, la pileta tiene un cuarto de agua que
está verde, un sapo salta iluminado por la luna, y yo, sentado en la
escalera, con la cabeza recostada hacia atrás, miro la oscuridad entre
los pinos que tapan las estrellas. Me estremece la incertidumbre de a
dónde vamos, de si podés mirarme, de si hay algo más.
Entonces vuelvo a ser chico y te digo que te extraño, que muchas
veces necesito tus consejos, tus miradas, tus caricias. Enseguida me
pienso y me arrepiento, me rezongo, me digo que es en vano. Que ya
no hay nada. Que no te vuelvo a ver más que en las fotos, en las cartas
y en los consejos que sigo teniendo presentes.
Pero cuando me pierdo en la oscuridad, y las estrellas se hacen
invisibles, y el agua de la fuente no se escucha, comienzo a ser yo.
Entonces siento, intuyo, vuelvo a ser chico, y pretendo que me

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